19/9/09

Lo peor de haber discutido esa noche, no eran las palabras que quedaban dando vueltas en el aire, ni la sensación amarga de tener que dormir a su lado. Lejos estaba y perdido el resonar de su grosería, el espesor de su aire, la ignorancia de su discurso, esta noche lo peor era que ya no importaba, que no dolía, que los ecos de los gritos esta vez dejaban dormir y se callaban solos como si ellos mismos supieran que ya no pesaban nada, se alejaban, huían del lugar entendiendo lo poco que significaban, tal como el humo que se desvanece en la altura, subieron, se elevaron a perderse, a esfumarse. No habían insomnios, ni remordimientos. Un mareo temporal y un dolor punzante pasajero.

Lejos de estar pensando en lo que él en mi ausencia estaría haciendo, hojeé una revista, admiré un par de vestidos, leí a un autor desconocido que hablaba sobre mi pintor favorito, y una inusual capacidad de atención me habló sobre lo poco que me distraía su desamor. Me fui a la cama para soñar, no para llorar, no soñé con él, liviana, no esperé su vuelta.