29/11/07

Después de que mi cabeza se levantó de la almohada y recobró su forma y color, abrí los ojos un poco pegados por el rimel, hice amagos de levantarme y algo me aplastó contra la cama otra vez, me la tapé con las manos y miré el techo… no era el mío, sentí burbujas en la garganta.

Un olor espeso a alcohol me hizo estirar la mano y abrir la ventana .. me costó un poco, como si la hubiesen corrido.

Moví los ojos hacia la derecha y hacia arriba, eso dolió.Cerré los ojos y ahí estaba, cristalizada, dueña de todo .. tan real:

Balanceándose en la hamaca del ante jardín y saludándome, invitándome a jugar, sonriendo con su boca roja girante. Yo acostada de espaldas con un libro en el pasto, mirando, bostezando.

Recordé el calor, el olor a pasto recién cortado, los mosquitos del verano, las gotas de la regadera que nos picaban, nuestros pies con barro, caminando, corriendo, las manos juntas, los juegos, los calambres de risa, su olor, algunos portazos nocturnos, la comida en la cama, los platos sucios, el pelo al viento en una roca clara, el dulce y el salado de sus comidas, sus ojos transparentes cuando él la hizo llorar, y mi rabia descontrolada cuando le tiré un tenedor en la frente por romperle el corazón. Mi brazo siempre atrapando el suyo, nuestros codos atrapados.

Vi el verano en el reverso de mis párpados, escuché la orilla del lago y sentí el gusto del vino en la noche.

Vi el mundo, vi su vida en mis manos, recordé esa mala idea y mis intentos malogrados por salvarla, supe en segundos del amor incondicional, de las personas imprescindibles, del miedo a la muerte, que la vida se va, que nada es propio, de los consejos que no escuchamos, de la eternidad junto a alguien, del fin de una estadía en el planeta.

Vi su pelo flotando bajo el agua, sus uñas azules, mis pies rotos sin suelo y los de ella flotando. Sentí como en los sueños esa dificultad para correr, el horror de no poder partir el mar, las ganas de haber aprendido a volar, la falta de respiración, comí lágrimas con sal. Me escuché pidiendo ayuda, le grité al sol, le rogué la luz.

Tiré a la orilla un cuerpo frío, la besé, le di mi aire, me endeudé con la vida y rompí la arena, canté la canción del verano, escupí los últimos pozos de agua que me quedaban en el estómago, pedí perdón y me dormí en su pecho, puse su mano vacía en mi cabeza. Supe que nunca me iría de ahí, que mi vida se había ido al horizonte junto a la suya.