30/1/08




A veces no paro y otras no sé cómo avanzar
suele faltarme el aire
suelo quedarme callada
reventar tus nervios
mirar fijo durante periodos de tiempo indecentemente prologados, incómodo.
hacerte llorar
no saber estar. Irme, no quiero irme siempre, pero igual lo hago.
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Y yo de manera explosiva .. siempre inconciente
suelo pasearme por lugares que me hacen mal
respirar profundo para guardarme algo, cualquier cosa
Constantemente me paseo, recuerdo, camino, camino, camino
me siento con las piernas cruzadas encima de la cama
pienso, me toco el pelo, amarrado, pelo suelto, amarrado, pelo suelto, un poco amarrado, otro poco suelto. A veces no lo soporto y parto al baño a mojarlo y peinarlo. A veces es café, rubio, o rojo, o cobre, castaño, azúlado, o negro azabache.
poco, mucho, largo, dreads, corto, enredado, sucio, o recién lavado.
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Suelo levantar los brazos y soltar el manubrio de la bicicleta
limpiarme el sudor de la cara con la polera
contestar mal, comer mal
jugar en las regaderas
tocar a todos los perros de la calle
cortar el aire del sur con mi brazo colgando de la ventana del auto
dibujar historias con los ojos cerrados
y suelen taparme a bocinazos
¡fíjate por donde vas pendeja!
eso .. escucha .. fíjate por donde vas pendeja.

8/1/08

Mientras caminaba miró hacia el cielo con los ojos un poco crispados bajo las gruesas cejas canas, vio como el azúl se tintaba de gris oscuro, como atardecía triste el sur de invierno y como los pocos rayos de sol luchaban con las nubes para seguir viviendo y se entrometían en los pocos espacios que la neblina dejaba. Cerró un poco su abrigo café de cotelé, rearmó la posición de su bufanda y siguió caminando, erigiendo lo poco de fuerte aún vivo dentro de su cuerpo anciano.
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Ya casi todos los ruidos eran ecos.
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Siguió así, sin rumbo un poco más, mirando a ratos el reloj, ya deberían estar por irlo a buscar, o quizás lo esperaban, ¿se habrá olvidado?, ¿se habrán olvidado?, o tal vez ya todos habían cenado y estaban apagando las luces. Un poco tristes o ajenos puede ser que alguien haya preguntado por él, pero nadie sabía dónde estaba el abuelo.
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Cansado se sentó en el borde de la pileta de la plaza, miró el suelo y la punta de sus zapatos viejos recién lustrados, los levantó y los hizo sonar, observó el paso del tiempo en sus manos, las frotó para capear un poco el frío que ya estaba ahí. Tragó saliba. Revisó monedas en sus bolsillos, quizo llamar por teléfono pero no pudo, no habían teléfonos, ni números, ni monedas.
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El color de la tarde se había ido, y con él toda la gente y sus sonidos apurados, y con el toda una idea de lo que él hacía ahí. Recordó una mañana, olía a domingo, no podría decir cuándo ni dónde, él saludando gente, agradeciendo votos, su gran jugada, una gran campaña, una banda tricolor en el torso, tomándose fotos con guaguas sin nombre y acariciando mejillas de mujeres angustiadas en deudas.
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Volvió a mirar la punta de sus zapatos y a recordar una noche con quien fuera su mujer, una mesa bajo velas y el sonido de las olas, el haberlo tenido todo, el tintinear de un brindis y un viento tibio, un amor extinto por los años y la memoria, el dolor de su ausencia más allá de la razón, el sabor del vino tinto y la penetración de su perfume. Cerros de errores.
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Una paloma en carrera interrumpió sus sueños, trató de cerrar nuevamente ese abrigo falto de botones y recordó y recordó y recordó y trató de recordar más, tanto quizo, tanto trató, empuñó los ojos rabiosos como puños boxeadores, húmedos, doloridos, vino el respiro antes del llanto contenido, apretado, la humedad, el miedo...
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¡Cómo no podía recordar el camino de vuelta a casa, mierda!